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Manila, Filipinas 14

Día 28 y 29 – Manila

Tenía indicaciones muy precisas en el email para completar una misión en mi escala fugaz en Manila antes de volver a España:

“Ve al 339 de xxx calle de Pasay City. Busca una puerta verde con un botón rojo a la derecha. Allí pregunta por Mommy Corazón Castro, ella cuidará de ti”

Busco la dirección mientras en mi mente suenan todas esas historias de terror que se cuentan acerca de Manila. Encuentro el número. Parece la entrada a una nave, solo una muralla y un gran portalón. Es de noche y frente a la puerta respiro un momento. Mi corazón está a punto de explotar. Tengo solo medio minuto para elegir: timbrar o escapar…

“¡¡¡Riiiiiiingggg!!!”

Me abre un niño

– Busco a Mommy Corazón Castro

– Sí, sígueme

Accedo al interior de esas murallas, dentro hay unas 5 casas con una zona comunitaria, casas que me recuerdan mucho a Galicia, con un cemento donde los niños juegan tranquilos sin miedo al tráfico, sin miedo a esos monstruos que parece que acechan en la noche.

Sigo al niño hasta la última casa, la más grande de todas. La mejor. Me indica que puedo pasar y debo esperar. Me siento en un sofá bajo una gran escalera y descargo mi mochila. Miro alrededor. Una buena casa, muy buena, la mejor que vi en Filipinas.

Aquí espero a Regina, con quien compartí paseos y fe en Batad, y eso haré, mimetizarme, dar el mínimo problema hasta que ella, generosa, me recoja.

Alguien baja por las escaleras. Frente a mi tengo por fin a doña Corazón Castro, la madre de Regina, y solo una mujer con ese nombre podría recibirme en una Manila que me abraza.

Efectivamente, ella me cuida, y se sucede la emoción: me presenta a su nuera, a sus nietos, a su arquitecta y a sus gallinas; me invita a comer en una mesa para mi sola mientras todos observan y me hacen reír, mucho, hasta que llega Regina. La veo entrar radiante, como si nos conociésemos desde hace años, con un nuevo color de pelo y arropada con sus dos hermanos, Nando y Herbi, y unas enormes cajas de pizza, que auguran que tendré que volver a cenar. No me importa. Cenaría una y mil veces más.

Toda esa logística en la doble cena, en reunir a sus hermanos, en prevenir a su madre… me hace sentir tan bendecida y privilegiada que de pura alegría no sé más que sonreír y hacer chistes, como una cría, mientras por dentro oscurezco de pena al ver que acabará esta magia en cuanto deje la isla que me hace tan feliz.

Ella y sus hermanos me enseñaron la ciudad moderna y pudiente en la noche, donde los Jollibees vencen a los Mcdonalds y donde la gente está orgullosa de sus senadores boxeadores. Me contaron historias y me ubicaron mejor en esa Manila que ya intuyo entre las sombras.

Al día siguiente y tras dormir muy poco Regina me lleva con su marido Nelson a un lugar donde nunca me habían llevado antes a hacer turismo: a visitar UP, Universidad de Philipinnes. En mi primer día en solitario había visto la parte histórica y el pasado de Manila, pero ella, en mi último día, me enseñó a mirar al frente dándome a entender cómo será el Manila de mañana, en qué se está convirtiendo esa megalópolis bien planificada, ordenada y formada.

Acabando el día de visita en su oficina, Nando se acerca a mí pocos segundos antes de despedirnos y me entrega un regalo: “Ten, para que cuando vuelvas a Filipinas, te proteja”

Lo miro. Es un pequeño colgante de madera tallado con forma de cuchillo, es hermoso.

– Ábrelo

Y desenfundo ese colgante para que aparezca un filo diminuto y brillante, pero afilado. Su brillo y el valor que le doy al venir de la generosidad incondicional de un nuevo filipino en mi vida, hace que ese pequeño colgante se presente ante mis ojos como la más fiera de las espadas.

Lo enfundo de nuevo y lo apretó entre mis dedos, mientras miro a Nando con los ojos llorosos, mientras me despido, quizás para siempre, y agradezco que me haya dado algo tan simbólico, que sé que me dará fuerza en los viajes. Un talismán que me protegerá, por su fiereza y por su aura bendecida por este buen hombre, que me hace entrega de un regalo que le han hecho, y lo comparte, como quien siente que el objeto con él ha cumplido su misión y se desprende, generoso, para que siga su cometido con otra persona. Ojalá algún día tenga el valor de regalarlo a alguien que lo necesite.

Se emociona espejo de mis ojos. También Regina.

Digo adiós a Manila sin poder creerme la suerte que tengo. Estoy orgullosa de no haber escapado frente a ese portal verde y timbre rojo, nunca hubiese imaginado que alguien se apenaría por mi marcha en Filipinas, ni que tendría una despedida de emoción contenida y esperanzados hasta prontos.

Gina, te abriste a mí y en pocas horas conseguiste transmitirme miedos, dudas y amor, y yo te confesé cosas que nunca antes había dicho en voz alta (ni volví a decir a día de hoy). Sé que te apenó separarnos, fue poco tiempo pero contigo sé con total certeza que nos volveremos a ver. Siempre serás bienvenida en mi casa y yo sé que lo seré de nuevo en la tuya. Cambiaste mi concepto de Manila para siempre y te doy las gracias por seguir confiando en la humanidad y la bondad.

Fuiste una auténtica bendición para mi, Gina. Me llamaste Moana y tu hermano me regaló una espada, y juntos, con tu familia, conseguisteis darme la fuerza para vencer el concepto de pesadilla de esta ciudad, y conseguisteis recordarme mi propia fuerza, reconocisteis mi valentía en una experiencia que no olvidaré nunca en un país que forma parte ya de quién soy.

Aprecié a todas y cada una de las personas maravillosas que se cruzaron en mi camino, ellos fueron las luces que hicieron brillar este viaje, y por ellos, permanecerá en mi memoria para siempre, porque fui feliz en Filipinas.

Magia pura en este viaje

Salamat po Pilipinas

SARA HORTA. A Coruña, 23-03-2017