Día 08, 09 y 10 – Siquijor
Estoy sentada en la sala de espera del puerto de Siquijor, la conocida como isla mística ya que la rodea un halo de chamanes y brujería.
Le tenía tantas ganas… y ahora solo pienso en salir de aquí. Como sea.
Estoy esperando el ferry como quien espera al barco de Caronte. Con la moneda en mi bolsillo. Como un alma. Como alguien que no es dueño ni de sí mismo.
No sé qué sentir. No sé ni sentir ahora mismo. Estoy bloqueada…
Podría escribir sobre lo que hice y lo que vi. Pero no me sale. Podría contaros sobre las playas, el qué sentí al recorrer la isla en moto a lomos de Niki, la tanta gente que conocí, lo que sentí al nadar con tortugas y los por qués guías de Apo Island me llevaron a mi sola por el agua a lugares donde nadie más visita… salí a cenar a buenos locales, hice botellón a escondidas y estuve en playas para mí sola,…
Podría contaros todo eso y más… pero solo siento contar el cómo me asfixia este lugar y que necesito salir de aquí… escapando no se de quién o de qué. Así que con un impulso que no se de dónde sale, sin darme cuenta llego a esta sala de espera de la terminal de ferry.
La ventana abierta deja entrar un viento salvaje que me agita la melena mal recogida. El cielo oscuro y el mar enfurecido me augura que no será un buen viaje. Pero me da igual.
Pasa a mi lado un matrimonio de ancianos muy ancianos, viejos y deteriorados caminando despacio con la templanza de quien conoce demasiado de la vida.
Me enternecen. No se cómo pero consiguen que esta alma dormida despierte de un largo sueño de 3 días y 4 noches bajo el embrujo de Siquijor.
Podría quedarme, lo pensé. Estar una noche más y no dejar que la isla me venciese pero no quiero luchar contra lo que no sé que estoy luchando.
Desde que llegué todo fueron señales de que este lugar no es para mí. Al coger el primer triciclo a medio camino, de noche, pinchamos una rueda. Tras el primer día empiezo a tener síntomas de una gripe que me esmero en cuidar. Se rompe mi cámara de fotos (algo que hace mucha mella en mi estado de ánimo). Tuve un problema en la reserva del alojamiento de mi próximo destino, playas que no me gustan, cascadas que me son indiferentes,… y me vi rodeada de gente pero sintiéndome muy sola.
La isla me anula. Quise ir y quise hacer, y así, como quien no es dueña de sus actos, me vi obligada a conceder y no hacer. Me arrepiento y me avergüenzo, y por ello, me voy.
Como quien descubre que un hechizo se conviernte en un embrujo, dedido salir. Escapo. Adiós
Los ancianos regresan. Comprobaron su puerta pero no es la hora.
Como todas las cosas que aunque parezcan casualidad es imposible que puedan serlo, de todos los sitios libres que había en la sala (que eran muchos) se acaban sentando, una vez que un chico se desplazase para dejarles el sitio a ellos, a mi lado.
Y efectivamente, como si fuesen curanderos y detectasen un alma decaída, llegaron y se sentaron para darme calor.
El hombre no habla, la mujer intenta ponerse el jersey para protegerse de este viento extraño, y yo, atraída como un insecto a la luz, la ayudo y le sonrío.
Y ella a mí.
Me habla con una paz que solo las sanadoras pueden tener y con su hilo de voz y el amor que desprende consigue hacer la pregunta que desata todas las emociones
– ¿Estás sola?
– Sí – digo por primera vez con la voz entrecortada.
Tengo un nudo en la garganta, la anciana consiguió desbloquearme: me doy cuenta de que así lo siento,
después de estar en esta isla rodeada de gente me sentí sola. Tremendamente sola. Sí, rodeada y sola.
La anciana sigue hablando y a cada nueva pregunta consigue desbloquear todas esas emociones dormidas. Me cuesta muchísimo aguantarlas y no desprenderlas al aire para que ese viento violento se las llevase.
– ¿De España? Estás muy lejos de tu casa…
Y su cara de compasión es tan sincera que me devuelve a la vida, y yo solo quisiera abrazarla para siempre.
Llega mi turno, llega Caronte. Me toca ahora pasar, purgar, transitar y sobrevivir a la decepción de quien quiere ser y no puede. Tengo que subir a un ferry que sé que será durísimo. Ellos se quedan, saldrán en el siguiente.
Es la hora.
Me suelto la melena, algo que siempre me da fuerza, y me pongo en pie. Me despido de los ancianos con los ojos congestionados, e intento desprender el mayor amor que sé.
Me pongo en la fila, y cuando es hora de cruzar la puerta que al fin me sacará de esta isla miro por primera vez hacia atrás, buscándola a ella una última vez. La encuentro mirándome, me sonríe y la expresión con la que me dice adiós, con la mano, con los ojos y con el alma; desata unas lagrimas incontrolables, lágrimas de quién ha sido bendecida sin haberlo merecido.
Quizás no entendí este sitio o quizás soy demasiado sensitiva como para poder estar aquí sola, sin la ayuda de esa mujer.
Quizás Siquijor está maldita, pero también en ella hay luz, la vi, esa clase de luz que brilla más fuerte por haber surgido de entre las sombras.
SARA HORTA. Loboc, 15-02-2017