Festival de Cannes
Si tengo que poner en contexto supongo que Cannes es una ciudad bochornosa, mediterránea y en dónde los helicópteros vienen y van, trayendo y llevando a gente como los autobuses de línea en cualquier otra ciudad.
Si son fechas de festival verás, además, a gente de chaqué y tacones sin motivo aparente. Habrá cientos, miles, cientos de miles de personas: de la industria, los curiosos y los nativos que harán que toda red móvil está colapsada o inhibida (esta opción y los constantes controles tengo que admitir que me asustan). Pero sigo… a lo mío.
Todo el festival se concentra principalmente alrededor de un edificio en la costa: el Palais des Festivals. Ahí transcurre todo.
Por una entrada es un ir y venir de gente del mercado, cursos, reuniones… y en el otro la ansiada alfombra roja, el glamour y los fotógrafos en la entrada al Grand auditorium Louis Lumière, dónde siempre (da igual la hora del día a la que vayas) verás carteles de gente pidiendo invitaciones: “1 invitation SVP” mientras te miran, como poseedora de acreditación que eres, como si pudieses cumplirle todos y cada uno de sus sueños.
Pero ni siquiera tú tienes invitación, o si consigues una (con suerte) quieres y debes usarla. Este es mi caso.
Mi primer día en Cannes se resume en asistir a increíbles masterclass, aprender en reuniones con mi jefa y asistir… a mi primera alfombra roja.
Como siempre pasa aquí, llego al estreno muy justa de tiempo corriendo y olvidando todo el glamour (despreocupándote también por ello). Despeinada y sudada llego al abarrotado paseo. Me abro paso entre la gente como puedo, entre esos carteles que mendigan y gente con la batería cargada para hacer la foto apropiada. No se cómo (pero sí gracias a qué) me rescatan y me abren un camino invisible, porque en Cannes todo funciona así: perfectamente sin que te des cuenta.
Al pasar los interminables controles me piden que quite la acreditación que llevo colgada al cuello. Una acreditación de 400€ no es lo suficientemente buena para una alfombra roja de Cannes.
Cuando me consideran apta (aunque siga despeinada) me paro un momento, y miro alrededor. Es de noche. De frente, en lo alto está la puerta de entrada, donde me espera el estreno mundial de la nueva película de Pawlikowski. Detrás, gente esperando a fotografiar a alguien que no soy yo, atraídos como mariposas a la luz y a esa tan potente moqueta roja. Y a ambos lados cientos de fotógrafos, de esmoquin, disparando a lo que sea.
Una vez en las butacas vemos en la pantalla la entrada de la gente a la alfombra roja, mientras un speaker nos avisa si ocurre algo importante, dentro o fuera de la sala.
Bastante después de Cate Blanchett, y con una puntualidad polaca, entra el director con una ovación que hace temblar la sala y erizar toda tu piel. Nadie habla, no se presenta siquiera la película, solo enfocan al equipo y se les aplaude estando todo el auditorio en pie. Lo mismo ocurre al final, algo que es realmente emocionante. Un aplauso eterno y sincero por apreciar el nacimiento de una criatura así, y vivirlo juntos, con sus padres que se emocionan, en el Lumière.
Es el recuerdo que tengo ya para siempre: LO SOLEMNE.
Cuando aparece un nuevo sueño. Otro más que no tenía.
Y ocurrió ahora.
En este lugar.
Nunca supe lo que quería, fui evolucionando y creyendo que quizás esto es lo mío. Me olvidé incluso de tener sueños (propios).
Y no sé cómo, ellos van apareciendo frente a mi, a medida que los voy cumpliendo.
Así que hoy, emocionada, me creo en el derecho de aplaudir un doble nacimiento.