Día 1: De Bali a Jayapura
Ni siquiera sé qué hago empezando esto, al sentir que quizás es el primer viaje que no debí comprar.
Llego a Bali por una escala de 18 horas y entre el cansancio y el ansia viva de llegar a mi destino, no lo siento. Solo duermo y transito.
Kuta, Legian y Seminyak son demasiado turísticos, y aunque hay un hinduismo latente que se manifiesta en las omnipresentes ofrendas en la calle, todo está subordinado a la ley del que paga es más fuerte. Y aunque sé que debiera quedarme a pasar mis vacaciones descansando, saliendo de fiesta y comiendo bien gastando poco; quiero irme, alejarme de los que son como yo.
Porque soy así, una absurda inconsciente.
Cuánto más diferente, mejor.
Cuánto más desafío, más sentido.
Cuánto más lejos, más a salvo.
Y debo recalibrarlo, porque este paso no me quedará distancia en el planeta para poder escapar.
Así que tras dormir, darme un baño en el Indico y frustrarme al intentar descubrir el carácter auténtico (que no encontré), me despido de Bali. Me gustó, sé que sería feliz y además me persigue ese fantasma de Brasil que seduce tras cada esquina; pero no dándome el shock que necesito, prosigo mi camino. Camino que se reafirma avión tras avión cuando cada vez hay menos turistas, quedando en los últimos vuelos una única blanca. La rara, la que no entienden a dónde se dirige y por qué no se queda en Bali.
Yo tampoco tengo esa respuesta.
Pero embarcando en el quinto de siete aviones, siento por primera vez ese cosquilleo, ese escalofrío que te envía el cuerpo cuando sabe que va a estar a prueba. Cuando aparece frente a ti un desafío.
Veo a quien es con toda certeza un habitante de las montañas del Baliem (por sus facciones y su vestimenta) y aparece con él, por fin, ese sudor frío en las manos.
Lo seguiré a ciegas a la parte más oriental de Indonesia, a un futuro país independiente, a la frontera con Oceanía: me voy a las montañas del corazón de Papúa.
Y fue Papúa con su cultura tribal, su misticismo caníbal e historia de misioneros y cortadores de cabezas lo que me impulsó a hacer este viaje; y no la comodidad y belleza de Bali.
Por ello, tras esa pausa de 18 horas para dormir, pasear, comer bien y bañarme en el mar; empaco de nuevo mis cosas y continúo sintiendo que todavía no pertenezco a ningún sitio. Llevo conmigo tan solo ese silencio necesario para afrontar el miedo mientras sigo a ese papuano que me hace olvidar la playa y lo fácil.
Espero no arrepentirme. Me llama y me aleja, me seduce y a la vez me resiento de un viaje reciente del que tengo heridas por sanar. Y mi cuerpo y mis ahorros están en sangre viva… aún así me dinamito y lo sigo… a la zona más lejana, a tocar casi otro continente, a hacer un viaje al pasado.
Y ojalá me arrepienta… de haber dudado de esto.
Escrito en Kumugima el 8-5-19
Sobre experiencia viajando de Bali a Jayapura el 6-5-19