Wamena, Indonesia 02

Día 2 – Wamena

Hoy colapsé…

por ambiciosa.

No sé si fue el cansancio, el que efectivamente esto es demasiado extremo, o que dejé que pudieran comigo todos los miedos. Miedos que no traía de España, miedos que me fueron dados por gente que conoce bien este lugar y por eso me recluyo como una cobarde, no pudiendo alejarme de las cuatro calles que rodean mi hotel de Wamena.

Wamena es el centro base de toda la vida en las montañas. Todo se articula alrededor del aeropuerto, única puerta de entrada a esta zona, ninguna carretera conecta esta región con otras zonas de Papúa.

En mi última escala antes de llegar escucho de entre la gente un “Sara!”, que sin ser familiar, sé que llama por mí. ¡Es Bob! Bob es el guía que me acompañará los próximos días, y con quien no quedé hasta el día siguiente en Wamena.

-¡Solo vine a saludarte!

Allí nos conocemos. Habíamos cerrado un trato previamente por email, negociando muy duro, hasta el punto de saber dónde están los límites el uno del otro. Pero agradezco la gente así, la que provoca que se hablen las cosas, la que con su oposición y respuesta me da pie a explicarme, a enseñar mis por qués y lo que soy. Por todo ello, siento que ya nos conocemos y se aclara cualquier tipo de duda. Todo se vuelve real.

Me acompaña en mis horas de escala, me ofrece la ayuda de un compañero para afrontar ese primer día en Wamena, porque él no vendrá hasta el día siguiente. Contaba con afrontarlo por mi misma, solo tendría que ir a la policía a sacar un visado especial para las montañas, hacer unas fotocopias, el check in en el hotel, descansar y con suerte hacer algo de turismo.

-Oh Sara no! No vayas sola por las calles, no hagas fotos a la gente y muy importante, a las 4 estate ya de vuelta en el hotel.

No lo entiendo. Todo lo que había leído de Papúa hablaba de gente amable y pacífica.

Pero al parecer no es así en Wamena.

Y al llegar me pone a prueba. Tengo todos los nervios de punta y es así de forma constante. Es demasiado intenso. Demasiado shock. Hay rudeza, aspereza, prisas y dinero. Y eso, junto con alta presencia militar, conflicto territorial, elecciones políticas, alcohol y rivalidades religiosas (entre musulmanes, animistas y cristianos) hacen de Wamena una auténtica olla a presión. Y quiero evitarla como sea.

Me intimida no hablar el mismo idioma. Las noticias hablan de un terremoto en Papúa pero no sé en dónde. Estoy sin datos ni señal. Estoy sin dormir. Estoy sin entenderlos.

Y me recuerda a África, a un pueblo rural de centro áfrica con esas caras, esa indiferencia, esa dureza en la piel.

Y el colapso llega.

Por lo que por todo ello me acobardo entre cuatro muros, y descanso, que también me hace falta.

A última hora del día me obligo a poner un pie en la calle, a mirarles a la cara, a dejar que se acerquen y me den la mano.

Ya diferencio quiénes son de esta región de Papúa y quienes no. Los papuanos tienen la piel oscura, las pestañas muy largas y unas facciones africanas. Pero lo más característico, sin duda, es esa mirada indescifrable y distante en un principio, pero que tras un saludo o una sonrisa se vuelve en una fracción de segundo en ojos de humano bebé, cuando antes parecían los de una fiera indomable.

Mientras escribo me ensucio con la tierra del suelo y el polvo de los coches a pasar. Pero me da igual. Siento que al exponerme los voy comprendiendo. Y ellos a mí. Y solo por eso, vale la pena toda la suciedad por recoger.

Hago esta única foto y me recluyo de nuevo tras los muros. Pero no es poco, porque hoy, habiendo quedado aniquilada, conseguí levantarme y enfrontarme a esos ojos.

A esa mirada.

A esa intensidad.

Escrito en Kumugima el 9-5-19

Sobre experiencia en Wamena el 7-5-19

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