La llegada a Buenos Aires
No arranco. No sé por dónde empezar, no sé qué conclusión sacar sobre un viaje que quizás no debí hacer. Tomar la decisión es lo más difícil. Siempre, pero esta vez más. Todos tenemos compromisos, todos tenemos una economía limitada (créeme, la mía lo es y mucho) y durante tres semanas sopesé en largas noches de insomnio si ir o no ir a Buenos Aires.
En este caso me seduce el ir con un motivo: seleccionaron DHOGS a competición oficial en BAFICI. El tener el propósito de presentar nuestra película, esa película en la que llevo inmersa tres años y por avatares y fortuna hizo que este viaje fuese posible; me impulsa y aunque el sentido común apunta a que no debiera ir, la pura adicción hace que surja del fondo de mi mente, una y otra vez, esa voz que se repite en mi cabeza… ve…ve… ve…. Así que yendo a contracorriente, acepto, me saco un billete a Buenos Aires por una intuición insensata, y se crea una puerta que da tanto miedo cruzar, justo ahora que siento que me rompo por dentro.
Habiendo decidido, afronto. Viajo, vegeto y transito hasta cruzar el océano. Buenos Aires, te miro desde lo alto y no sé que puedo esperar de ti, si serás revelador o no ¿qué tendrás que decirme para que tuviese que venir hasta aquí?
Sara, suerte. Despójate de dudas, sé tu misma y déjate llevar. Estate alerta, sé fiel a ti misma y no te metas en líos. Sé prudente e inconsciente unos siete días en una nueva burbuja para esta mente indecisa y con miedo.
Miedo en este caso porque voy a ser valiente… por una vez en mi vida.
A las 7.00 am después de casi 30 hora sin dormir llego a Buenos Aires, y en la cinta esperando el equipaje recibo un mensaje:
– Sis! Bienvenida! Te estamos esperando!
Si algo hizo que finalmente me decidiese, sin duda fueron ellos: Fede y Nacho. Me adoptaron en Brasil hace dos años, en ese viaje del que tan poco he contado. En una isla (siempre es una isla…), al llegar y al escuchar una canción que salía por la ventana de una casa lo sentí “en otra vida viví aquí” y me sentí más en casa que en mi propio mundo. Allí conocí a la familia, esos dos hermanos y un primo que me adoptaron y cuidaron a esa viajera tímida que se lanzaba por primera vez a viajar sola. No solo lo superé, sino que lo disfruté, y sin duda la confianza que tengo ahora es en parte gracias a ellos.
Y ahora están ahí, al otro lado de la puerta mientras espero mi mochila.
Me sudan las manos. A ver cómo es esta conexión, el cómo son las expectativas de quién creen que soy, cuando no me siento más que un fantasma. Respiro y salgo.
Me recoge y abraza Fede con quien el destino quiso que conectásemos desde el primer día, y no hubiese problemas entre nosotros en quedar todo pendiente, de un año para otro, por el resto de los años. Nacho espera en el coche y entre historias llegamos a la ciudad. Me dan la bienvenida en sus pisos, me dan cama, ducha y espacio. Desayunamos facturas y tomamos mate. Me convencen que no es buena idea dormir y así con la emoción de ver qué me espera en Buenos Aires contrarresto el jet lag y esa presión que me ahoga el pecho sobre una decisión que tomar. Paseamos, hacemos trámites imposibles, comemos rápido y nos juntamos con Suso y Andrés, quienes me ubican en el festival. A lo que vine.
Sobrevivo como puedo a ese primer día mientras intento descubrir si vine buscando respuestas o si simplemente estoy escapando, una vez más; pero sé que ese recibimiento decantó la balanza de mis tormentas, tormentas que hablan de arrepentimiento y osadías, tormentas que no me dejan escucharme ni a mi misma.
Siento que esas alas que batí en Brasil tienen su efecto ahora en Argentina, y por ello hoy tengo otro barrio. Seré hospedada y cuidada por Fede y Nacho. Tengo las llaves de un bonito apartamento de Palermo en mi bolsillo, mi ropa en el armario y me dirijo a la parada de colectivo tarjeta SUBE en mano.
Decidí, ejecuté y llegué; y aquí me reciben como una reina, como una auténtica hermana legítima que recuperan de nunca jamás.
Llegué, hermanos, solo espero no decepcionar.
Son demasiadas emociones o quizás no suficientes… las que hacen deambular a esta alma dormida, y aunque todavía no sé qué hago aquí, seguiré sintiéndome la única responsable de lo malo y también lo bueno (como en este caso) de lo que ocurra en mi vida.
Nadie más le echa más ganas.
SARA HORTA. A Coruña, 11-05-2017
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