Siete días en Buenos Aires
Buenos Aires es hermosa, sí, lo es. Es una ciudad enorme y ordenada donde sus calles rebosan vida, una vida más europea que latina, en una familiar mezcla italo-española que invade su arquitectura, escaparates y costumbres. Me parece increíble que haya algo tan igual a nosotros allá, tan lejos.
Allí viví una lucha interna muy fuerte, esa clase de lucha que todavía no está resuelta. Allí convivo y me reparto entre lo que quiero y debo hacer. Me divido entre el festival de cine e intentar conocer un poco más a quien con tanta generosidad me acoge. Pero ese equilibrio es… complejo. Me estresé, me agobié, luché contra un jet lag y demasiadas emociones, esas que no salen por sí mismas y que te cambian hasta la cara.
Como primera impresión me sorprende de los porteños la facilidad de comunicación. En el autobús, en los comercios, en la calle… a una pregunta nunca responden con un sí o un no, siempre cualquier excusa es buena para seguir conversando. Te dirán la tarifa, te la explicarán, te darán trucos, te harán sentir que nunca está de más preguntar en Buenos Aires.
Conocí calles, edificios, piquetes, aduanas y pueblos. Fui a masterclass y a cócteles. Comí carne, bebí Fernet y fui a fiestas privadas. Presentamos la película una, dos y tres veces. Me reencontré con gente, conocimos a más y me sentí en casa. Me recibieron, cocinaron para mí y me cuidaron. Me trajeron, me llevaron, me enseñaron. Y en esa dedicación me hice a sus calles, a su noche y a su ritmo en unos siete días de un difícil equilibrio. Cumplí y conozco, pero quisiera haber sido otra versión de mi misma.
Había creído que tendría mucho más tiempo de vivir Buenos Aires con los hermanos. Había pensado que quizás me aburriría de la ciudad en una semana (esas ciudades de las que cada vez escapo más), y pensaba irme a algún sitio donde me agitase algo por dentro, ese interior dormido tan difícil de despertar. Pero mi viaje se pasó en un suspiro, como en estas líneas, con poco que contar.
Buenos Aires es inmensa y fue imposible irme, esfumarme, evaporarme. Me quedé conviviendo, vigilante, en donde todos podían verme, expuesta y traspuesta en una ciudad que me genera tanto desconcierto…
O no…
Quizás te viví al descubierto. Te definen como melancólica y melancolía viva fue la que sentí allí. La mía propia más la tuya quizás anularon mi ser, o quizás te viví al completo. Quizás te sentí plena aunque ahora me cueste digerirlo en esta aparente neutralidad. Aún así me permitiste ser fugitiva, pretty woman y equilibrista…
… aún así pude elegir un plan para una mañana, la última, la mía. La compartí con Andrés, ese extraño compañero que lleva en mi vida mucho tiempo e igual no el suficiente. Él me acompaña a Caminito, en esa mi última mañana.
Caminito es el gran icono del que tantos avisos recibimos. Son tres únicas calles muy turísticas con casas de colores en una de las zonas más antiguas de la ciudad, unas tres calles rodeadas de una realidad latente separada por una barrera invisible que se asemeja (y en realidad dicen que lo es), peligrosa. Ahí, tras avisos de ir sin alardes y no perdernos, vamos a Caminito. Los dos. Él con una maleta y yo con ganas de mirar a los lados.
Al llegar me gusta lo abstracto del momento, la armonía extraña que siento entre lo tan turístico y lo tan originario, me gusta ese latir que reconozco en el fondo de mi pecho cuando nos pasamos de calles, ese vibrar cuando despierta el monstruo que hiberna. Por lo que ahí, entre esas otras calles, comiendo entre ellos, en la cuarta, quinta y sexta calle siento que sí podría llegar a entender y amar esta ciudad. Pero lo siento a 3 horas de marcharme de vuelta a mi otra realidad…
Me faltó tiempo, me faltó pausa, me faltó abstraerme, pero te sentí y sé que podría encajar aquí; aún así te debo una disculpa y una promesa.
Siento identificarte tarde, siento estar ausente, siento haber pasado por encima; pero prometo, que si vuelvo, lo haré con el corazón abierto y vacío; te prometo que bailaré contigo un tango con el alma incendiada.
Y espero cumplirlo algún día, cuando crezca y te merezca, Buenos Aires.
SARA HORTA. A Coruña, 21-05-2017
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