Días 10 y 11: Los Ángeles
Me gustaba llamarte «la historia que nunca fue», pero crucé el Atlántico para ponerte un punto y seguido a pesar de que me seduces y me impones a partes iguales. Pasé por encima tuya y asustada escapé, pero tras rodearte y evitarte, vuelvo a ti, Los Ángeles.
A ti me entrego.
La primera mañana me desperté tarde y desayuné sin prisa. Escribí en silencio en la terraza y dejé pasar la oportunidad de rescatar la maleta todavía en casa de Jon con toda mi ropa. Reconozco que no hice demasiados esfuerzos en quedar con nadie, ni con nuevas almas gemelas. Me siento egoísta y quiero otro día para ir a la playa en este verano de diciembre.
En cuanto llego a Santa Mónica me acuerdo de mi bikini, que duerme tranquilo en el apartamento de Hollywood con el mejor anfitrión del mundo. El calor aprieta y el océano me llama, como siempre; por lo que acabo comprando otro bikini horrible y caro que sé que no me volveré a poner nunca. Compré así la libertad de elegir bañarme o no. Elegí hacerlo y el secarme al sol y al viento me hace estar en paz. Paz que pagué con $33.
Ese primer día acabo reuniéndome en la noche con Jon y mi mochila. Llego con salitre aún en el pelo, sin mapas ni batería a pesar de no querer acercarme a Hollywood. Me gustó la primera vez, no quería acercarme demasiado y acabar descubriendo el truco. Sin embargo me seduce su luz, su color, su vida y su más magia. Hollywood está hecho para brillar más en la noche y agradezco el irme con el recuerdo de música y neones.
En mi último día, ese en el que siempre me aborda una incontrolable melancolía, siento esta vez unos sentimientos diferentes. Y muy fuertes.
Toca dejar de distraerme con trabajo, escapadas y excusas. Unas horas antes de volar vuelvo a ti, LA; y contigo tengo la mejor cita que tuve nunca. Tú y yo. Sin planes.
Al observarte siento como si ya hubiésemos coincidido y me reconcilio con todos mis miedos. Recuerdo emociones y ahogo la melancolía con la gratitud de haber venido, por haber podido vivir esto.
Por fin nos conocemos. Por fin te tengo aquí. Gracias por hacerme sentir cómoda, por recibirme y no arañarme; por esculpir una a una todas las posibilidades y por hacerme creer que todo es posible. Me ciegas con tu luz y no me asustan tus vagabundos. Siento que pertenezco aquí, y siento que merezco todos y cada uno de tus atardeceres
Porque dudo mucho que nadie sepa lo tanto que invoqué este viaje.
Descansé, concluí y aprendí. Me hiciste sentir a salvo y agradecimos juntos al destino este reencuentro.
Forzado. O no.
Predestinado.
Y aunque nos faltaron horas para conocernos bien, vuelvo con miles de rayos de sol, los suficientes para aguantar todo el invierno.
Te espero. Hasta julio.
SARA HORTA. Lisboa, 27-12-17
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