Batad, Filipinas 03

Día 04 – Batad

– Buenos días Ramón! Hoy es domingo, ¿habrá misa hoy en el pueblo? – pregunto al tener curiosidad real por primera vez.

– Sí. A las 9:30

– ¿Tú vas?

– Sí

– ¿Puedo ir contigo? – quisiera ver cómo viven la fe en una zona tan rural de uno de los países más religiosos del planeta.

Se sorprende con mi pregunta. No debe ser una actividad que demanden normalmente los turistas.

– ¡Claro! Hoy además es un día especial. Hace un año que falleció el abuelo de Marlyn, y se celebrará un ritual en su casa. Deben remover y limpiar los huesos de los familiares fallecidos y todo el pueblo participará en una comida en su casa. La familia sacrificará un búfalo y comeremos juntos. Serás bienvenida si quieres venir.

No lo pienso. Ni medio segundo.

– ¡Voy contigo!

– De acuerdo, salimos a las 9:00

Desayuno emocionada en la terraza de su casa esperando a que llegue el momento de bajar con él hasta el centro del pueblo. El cielo despeja para verlo azul por primera vez. Estoy tremendamente feliz.

Solo hay una única cosa que me devuelve a la realidad y estoy bastante preocupada por ello: no pude avisar a la familia de que desconectaba tanto y tan de golpe durante 3 días. Sí sabían que vendría aquí, pero no cuándo. En verdad me angustia, haré que la primera persona en subir al pueblo envíe recado.

Son las 9:00 y Anamaria, Regina, Manu y otros compañeros del hostel se unen a nuestro plan. Bajamos por las empinadas piedras de los arrozales para llegar al fondo del pueblo donde está la iglesia y la casa de Marlyn.

Allí, algunos rituales me son familiares. Reconozco Amén y Aleluias, pero aquí quien habla es el pueblo, quien escucha, el cura. Quien quiera puede levantarse y compartir con la comunidad sus preocupaciones o sus deseos. No entiendo nada.

Canto con timidez siguiendo un libro con las letras en en su propio dialecto, sueno tan ridícula y a la vez me siento tan bienvenida que no me importa, continúo participando a mi manera de un domingo en Batad, de un silencio que me desbloquea los sentidos.

Tras la misa, ya a media mañana en casa de Marlyn se reúnen todos los vecinos para el despiece del búfalo. Se cocinará una parte y se repartirá la otra. Es todo demasiado intenso. Me siento intrusa en su casa, rodeada de la gente del pueblo y escoltada por Ramón.

En un extremo están apoyados cuatro sacos con los huesos de cuatro personas, al otro un animal desangrado y por todas partes, gente.

No siento. Mis sentidos estan tan inhabilitados que no soy consciente de lo que hay alrededor, el olor tan fuerte a animal abierto no me deja pensar y mire hacia donde mire hay sangre, vísceras y partes de carne cruda.

Llega la hora de la comida, primero los niños, y después uno a uno nos van ofreciendo carne con arroz servida en parte de tronco de banana. Está cocinada, pero no tengo hambre, aún así no puedo rechazar la comida de quien te abre las puertas de su casa ofreciéndote una carne para ellos tan valorada.

Comparto con Manu, Ramón y el resto del pueblo esta comida. Pruebo el búfalo dejándome llevar por estar entre ellos, lo más de igual a igual que sé, participando y agradeciendo, siempre, el estar aquí.

Y agradezco estar con Ramón. Él es para Batad, lo que Batad para Filipinas: imprescindible.

Lo recuerdo en la iglesia por la mañana, es el segundo en salir a hablar ante todos. Da un discurso sobre las motivaciones que le llevan a intentar ser una buena persona; nos lo traduce al inglés, lo que me hacer ver que somos bienvenidos. Agradece con los ojos llorosos que escuchemos cuando soy yo la que quiere escuchar.

Se emociona…

Y yo también. No sabiendo por qué. No soy creyente y no entiendo lo que dicen, pero estar aquí escuchando a esta gente abriéndose, emocionándose mientras por la ventana escuchamos los gritos del búfalo que comeremos… es… intenso.

Me duele oírlo, me desconecta el no entenderlos, y aún así lloro ante este cura sin sotana en este altar sin pan de oro, en la iglesias más humilde y verdadera en la que entré nunca.

Y he rezado sin saber, como si alguien pudiese oírme.

Me siento un poco más creyente, no sé de qué… supongo que de la humanidad…

… y en las motivaciones que como las de Ramón, si consiguen hacer más creyente a esta mente perdida, sin duda podrán mover el planeta.

SARA HORTA. Batad, 05-02-2017

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