Día 21, 22, 23 y 24 – Port Barton
Hace ya demasiado tiempo que me fui de allí. Hace ya demasiadas horas que estoy sumida en la rutina y el invierno. Y aunque creo que es imposible escribir con tanta verdad como hacerlo desde allá, lo intentaré, intentaré acabar con la última parte de mi viaje.
Necesito que queden en mi recuerdo todas estas emociones…
Ahora en la distancia puedo al fin entender por qué Port Barton, a pesar de tener turistas, es tan especial. Aquí es el turista quien se adapta al pueblo, y no al revés. Aquí no hay resorts, no hay asfalto ni tiendas de souvenirs; por no haber no hay ni electricidad la mayor parte del día, solo por las noches de 18:00-00:00, después todo se apaga…
Quien decide aún así venir, es por definición gente pacifica y sencilla que quiere seguir manteniendo este espíritu local. No transformar, sí convivir. Y ahí, en el mutuo respeto, nace la magia de Port Barton.
Llego aquí por una carretera que llevan años construyendo, y que ahora, por puro amor egoísta, pediría que no acabasen nunca.
Charly me estaba esperando, mi padrino en Port Barton, un español que llegó a Filipinas unas semanas atrás, y que el destino hizo que tropezásemos sin vernos. Yo le hablaba de paraísos y él a mí sobre el infierno. Él lo conoce, escapó del él.
Me recibió a mi llegada, fue mi guía descalzo por sus siete únicas calles y me enseñó que Port Barton es un increíble lugar para dejar de buscar, es un buen lugar para generar costumbres a 20.000km de tu hogar. Bromeaba sobre un agujero negro que hacía que quien visitase Port Barton se quedase más tiempo del previsto, como le pasó a él. Sabía cuánto cuesta construir una casa aquí y me contaba que consiguió ser feliz al fin en este lugar, pudo sanar esas heridas de quien ha padecido entre las llamas.
No tengo derecho a contar su historia, pero la conozco y la viví en sus ojos al contármela. Quizás debiera ser él quien cuenta esa historia algún día.
Con Charly a mi lado no tendría que descubrir nada, él me lo enseñó todo. Me presentó a gente, me descubrió secretos, me ofreció su casa al irse, y así, como quien consigue curarse, se va, dejándome a solas en ese lugar sin misterios, con tres días por delante. Fui una buena discípula y me quedé postrada en la playa, comiendo en los mismos lugares y saludando a la misma gente. Dejé que creciesen esas raíces que él me había enseñado a germinar.
Aquí hablé al fin en español, me relajé, me protegieron, me enamoré del reggae y del ron con calamansi. Aquí conocí a su gente, a mucha gente, sus historias, sus costumbres y entré en sus casas. Aquí fui libre y arriesgué. Aquí reseteé muchos prejuicios. Me hicieron regalos y vi bondad en la mente más perversa. Conocí Purple turtle y cerré el Reggae bar, fui al 7170 karakoketv y no fui a Jungle bar. Dormí en cuartos comunitarios que hice muy míos y en habitaciones muy extrañas. Conocí a Lucy de Guzman, a Coco, a Lorrito y a Frederick; a Lovely y a Daniella. Fui invitada a tatuajes y a viajes en barca. E hice compañeros de viaje por unas horas Céline y Sophie, Xabat y Anselmo, Javiera y Rafa; Cris, Laura y Victor. Y sin saberlo, y filtrando como me enseñó Siquijor, nos convertiríamos unos cuantos en un gran equipo.
Acabé mis días y no fui a White beach (la mejor playa) ni hice tour en barco entre islas, aún así siento que no me queda ningún misterio por resolver en este lugar…
… porque conseguir descifrar su noche, y en ella se encuentra la auténtica naturaleza de Port Barton.
Cuando a medianoche se va la luz y todo queda a oscuras, aparece otra forma de vivir esa vida. Por el día, es fácil. Lo conozco, me defiendo. Es playa, sol, arena, son palmeras y colores. Pero la noche… la noche es más extraña y a la vez más atrayente. La noche es solo oscuridad y en donde se cuentan las peores historias. Es en la noche donde percibes las auténticas miradas y expresiones, donde conoces a toda esa gente que ha vivido demasiado tiempo en el infierno, y que siguen aquí, sanando.
Pero no me asusta, y como si quisiera presentarse al desnudo, conocí Port Barton a oscuras en noches sin luna. Noches más oscuras que hicieron mis miedos más pequeños.
Confié, reí e iluminé caminos con linternas. Me crucé con gente y hablé con ellos sin siquiera poder verles las caras, escuché ruidos de animales que no supe reconocer y caminé por caminos que nunca vi de día, que solo recuerdo en mi mente como un espacio que comprende con mi pobre haz de luz. Caminé acompañada y sola, caminé tranquila y protegida pero también asustada y perdida. Caminé aguantando la respiración y corrí en la absoluta oscuridad con miedo de que me quedase sin batería en el móvil, móvil que era mi única luz en el camino.
Y ahí en esa angustia y ese miedo me sentí más viva que nunca, porque era vida esa adrenalina que corría por mis venas, y era a la vez casi la total seguridad de que estaría a salvo, aunque se me apagase el móvil y tuviese que ir a tientas, aunque me encontrase con alguien y no pudiese verle la cara.
Fui libre en el escapar y enfrontar, en el atreverme, en la playa y en las luces, en la noche y en el miedo. Fui libre en la vida, en la simple vida sencilla de un pueblo de dos calles sin luz.
Sabía que estaría a salvo porque en la ausencia de luz, pude ver mi propia magia. La vi en el agua sin luna, la vi en las estrellas sobre mí y entre mis pies, ya que, al sumergirlos y agitarlos en el agua, se encienden a mi alrededor partículas de luz, pequeñas constelaciones móviles que me dejan impresionada.
Como si desprendiese poder en ese elemento que reconozco como tan mío, como si efectivamente fuese magia, pero magia invisible a los ojos, siendo solo perceptible en ese lugar. Es aquí donde veo por primera vez mi poder, mi magia al nadar en el agua entre partículas de luz que alargan el cielo a la tierra haciéndome sentir hermosa en la noche de Filipinas.
El plancton brilla para mí al contacto con mi piel, como un quejido hermoso que me esfuerzo en provocar, sintiendo como si fuese extensión de mi poder, como si fuese el delator de mi relación con el mar, como si solo en ese lugar pudiese apreciar mi propio polvo de hadas.
SARA HORTA. A Coruña, 14-03-2017
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