Día 06 y 07, de Batad a Siquijor
Supongo que conquistas un lugar cuando el transporte deja de tener ningún misterio para ti.
El poder moverte con libertad y conocimiento te da… poder…
Y hoy fue ese día, (refiriéndome por hoy al día de 36 horas que me llevó llegar de Batad a Siquijor), hoy fui poderosa en Filipinas.
Nos vamos. Es hora. Joana y yo subimos montañas hasta la carretera más próxima, a por el triciclo dirección a Banaue.
– Tenéis jeepney contratado?
– No, queremos coger un triciclo por 300 pesos
– ¡Es muy barato! – nos cuestiona la gente del pueblo nuestra decisión de ir sin un guía – No lo conseguiréis a ese precio.
– No importa. Si no lo conseguimos esperamos a coger el jeepney de las 2pm
Solo hay dos al día y no siempre se garantiza que salgan.
– ¡Igual no tenéis! – nos disuaden.
Llegamos al saddle y buscamos sin éxito un triciclo al precio que queremos pagar.
Los conductores se ríen y se niegan con la expresión de – ya pagaréis lo que nosotros pedimos cuando os veáis atrapadas sin salida.
Tenemos tiempo, estamos informadas y sabemos que en una hora es muy probable que haya un jeepney. Nos armamos de paciencia dispuestas a montar un improvisado campamento cuando un jeepney privado que sale vacío hasta Banaue accede a llevarnos por 300 pesos.
Conseguido.
En Banaue hacemos tiempo, comemos y nos ponemos al día con conexión a internet por primera vez en días. Hablo con la familia, me disculpo por desaparecer.
Encontramos allí a Elena y Lukas, una pareja especial con la que compartimos tiempo en Batad, y juntos montamos una improvisada oficina en un restaurante. Durante horas los cuatro preparamos ruta, después de caminar juntos toca despedirse, otra vez.
El autobús nocturno Banaue-Manila se hace durísimo esta vez. El aire acondicionado me enferma y mi respaldo imposible reclinarlo me tiene en vela toda la noche. Cuando llego a Manila tengo ganas de llorar. Agotada, solo pienso en el largo día que me queda por delante hasta llegar a Siquijor.
Son las 4 am y estoy tirada en Sampaloc, a las afueras del centro de Manila. Sin muchas más opciones cogeré un taxi al aeropuerto y allí esperar lo indeseable a que salga mi vuelo.
De nuevo, dos ángeles. Encuentro a Elena y Lukas, como esas luces que aparecen al final de un túnel.
– Sara, ¿vas al aeropuerto?
– Sí, iba coger un taxi ahora.
– Si quieres vente con nosotros, vamos a un hotel muy cerca del aeropuerto, de allí podrás ir andando si quieres. No iremos en taxi, buscaremos un jeepney o autobús. Será más barato pero tardaremos más tiempo.
– Perfecto, tiempo es justo lo que me sobra.
Así, sin planear recorremos calles de madrugada, que me sorprende la tanta vida que tienen a esas horas.
Encontramos mini-van.
– ¿Vas a Baclaran?
– No, voy cerca, subir. Donde os dejo podéis coger un autobús
Subimos. Bajamos. Buscamos autobús. Subimos. Bajamos. Caminamos y llegamos al fin al hotel.
Desayunamos y Elena y Lukas esperan conmigo a que se haga de día. Con los primeros rayos de sol nuestros caminos se separan, cargo mi mochila a la espalda y dejo a los dos ángeles para ir hacia el aeropuerto.
Triciclos me abordan «¿to the airport?»
– No gracias, puedo ir caminando – digo con seguridad suficiente como para que dejen de insistir.
Llego a la terminal, facturo y todo correcto. Como de nuevo me sobra tiempo decido, sintiéndome libre de la mochila, ir a protestar e intentar conseguir una recompensa por haberme perdido la maleta al llegar.
Empiezo en la propia terminal. El personal del aeropuerto me informa de cómo proceder: reclamación online. Suena mal, suena a que nunca llegará a ningún sitio.
Decido ir a la propia oficina de la aerolinea.
– ¡Oh mam! ¡Eso está en otra terminal y necesitarás ir en taxi ida y vuelta e igual ni te dejan pasar!
– No importa. Me sobra tiempo. ¿Tengo que ir en taxi? ¿No hay jeepney?
No me hace gracia gastar unos 300 pesos ida y vuelta por un taxi
– Sí, pero tienes que salir del aeropuerto para cogerlo. Es complicado llegar.
– Si me indicas por dónde empezar a caminar intentaré llegar.
Encuentro jeepney ida y vuelta por 14 pesos y tras pasar controles y ser interrogada infinitas veces, accedo a la zona de oficinas de la terminal internacional del aeropuerto de Manila. Allí tras protestar en mi ingles titubeante pero de forma muy insistente consigo salir del aeropuerto con un billete de $50.
Me da pena cambiarlo por pesos, ese único pedazo de papel impreso tiene mucho valor para mí, más que los 2400 pesos que me darán al cambio, es el trofeo por haber conseguido salvar los obstáculos que te ponen delante si decides salir del camino establecido.
Pero salí al margen, y lo conquisté. Y me siento más orgullosa por ello.
De Manila avión a Tagbilarán. Triciclo del aeropueto al muelle, ferry de Tagbilará a Siquijor y último triciclo que me lleva al fin al hostel en la playa, que aunque no veo al llegar, su sonido, en alguna parte me mece en una dulce recompensa por haber confiado, por haber sido poderosa en Filipinas.
SARA HORTA. Siquijor, 14-02-2017
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