Días 13 y 14: de Islas Togean a Tentena
Me doy cuenta de que todos los post en Indonesia empiezan igual: “llego”.
Porque sí, siempre llego, siempre estoy en movimiento. Y ahora, días después sigo sin saber si eso fue un problema o una bendición.
Abandono las Togean en la barca con el señor muy mayor. Me despide con un no abrazo que aunque fue más bien un golpe, lo sentí dulce, como su mirada, casi como un empujón que me impulsaba a avanzar.
Y eso hice. Abandoné las islas en medio de una tormenta sin tener muy claro dónde acabaría haciendo noche. Me calcé de nuevo las sandalias y necesité otra vez cubrirme la piel, esa que ya estaba bronceada.
Sin perder el tiempo en Ampana negocio transporte dándome igual por cuánto, porque me sentía débil y femenina. Y aunque para Indonesia fue un exceso, acabo contratando un conductor para que me lleve unas 6 horas de trayecto por unos 30€. Por el simple deseo de llegar a Tentena lo antes posible.
El viaje en inicio bien, hasta que tuve que ponerme seria. Porque no, no voy a pagar más comida o bebida a ese hombre, y de hacerlo, elegiré yo el sitio. Me volví ruda, creyendo que se estaba aprovechando de mí. Hasta que llegó la tormenta… las lluvias anegaban carreteras, desbordaban ríos y los truenos y rayos me hacían dudar de si seríamos capaces de llegar en esa noche. Algo que sí hacemos, y al pagar, a pesar de mi dureza, le di propina, porque ese hombre tenía que hacer el camino de regreso en una noche pesadilla. Ahí sentí que realmente la que se había aprovechado, había sido yo.
Totalmente drogada llego al Victory Hotel en Tentena que está lleno de indonesios adultos. En el medio de todos ellos me recibe con su dulzura y curiosidad Noni, la hija de la dueña.
Ya me habían hablado de ella, ya habíamos cruzado emails, y todo lo que intuía se volvía real al verla. Al abrazarla supe que en ella podría encontrar a una amiga, solo tendría que darle tiempo… y tiempo era lo único que no tenía.
En mi llegada acelerada en la noche solo quería cerrar el transporte para poder llegar a Rantepao al día siguiente.
– ¡Oh Sara!, hasta mañana a la noche no sale ningún autobús.
– ¿Cómo? ¡Necesito llegar allí mañana! ¡No puedo perder un día!
– Lo siento Sara, no hay otra opción. ¿Qué necesitas?
Qué difícil explicar lo que necesitaba… cuando ni yo misma lo sabía. Pero sí pude decirle el por qué quería llegar a Rantepao con tiempo: para conocer la zona y contratar a un guía, para que supiesen de mi llegada e intentar que me hiciesen un hueco en algún funeral.
– Yo puedo ayudarte.
Y en esa luz tenue de medianoche, tras una cena maravillosa y necesaria, Noni me puso en contacto con hoteles y guías. Consiguió calmar esta ansiedad por no parar y si de una única cosa me arrepiento en este viaje es de no haberla abrazado en ese momento, en esa complicidad.
A la mañana siguiente es su madre quien me prepara el desayuno:
– ¿Qué tienes pensado hacer hoy?
Ni lo había pensado. Tenía un día por delante en un lugar que no preveía, y sinceramente, no tenía ganas de ver nada. Podría quedarme allí con ella, simplemente viéndola servir café.
– No lo sé, nada especial. ¿Qué se hace un domingo en Tentena?
Me cuenta que hay una cascada cerca, una playa en un lago o que podría ir a la iglesia…
– ¡Noni puede llevarte!
Ni en mis mejores sueños podría imaginar algo mejor: conocer Tentena con Noni. Y no por Tentena, sino por darle tiempo a algo que sé por seguro que vale la pena.
Pero esa opción no fue adelante, vino más tarde con otra propuesta (muy buena por cierto) sobre un chófer de confianza que me podría llevar. Y como si me leyese la mente…
– Él es de fiar. Te dejará a tu aire.
Parecería que escuchaba mis pensamientos, pero sé que no, porque de haberlo hecho habría oído el nombre de Noni por todas partes.
Y fui estúpida (como lo soy siempre) porque acepté esa propuesta sin preguntar por ella.
Pensé que Noni no querría, o quizás esa mujer creyó haberse excedido con la confianza, o quizás… prefería darle trabajo a un buen amigo.
No importa. Amé ese momento que pasamos trazando planes, porque en ese instante donde todas las posibilidades nacen me hace florecer el estómago.
Pasé un día maravilloso a mi aire, sintiéndome libre y protegida. No por Damocles (el chófer), que era distante y correcto (aunque extraño), sino protegida por una confianza que ya tenía y que estrené en una cascada y en esa dorada playa del lago Tentena. Comí en su arena, me columpié sobre el agua y puse todo al día con compras y recetas. Volví de mi día libre en la aventura, renovada, a ese Victory Hotel del centro, para cambiarme y abandonar ese lugar.
Noni tampoco está y me da pena marcharme sin despedirme. Su madre, Doris, me deja un cuarto para que pueda vestirme mientras Damocles espera para llevarme a la parada del autobús. Autobús que la gente con la que hablaba bromeaban:
– ¡Oh!¡Te vas a morir!
Y es posible. Serán 14 horas durísimas, pero voy tan cargada de energía por empezar al fin a recibir cariño y entender qué está pasando alrededor; que me siento totalmente preparada.
Doris, al despedirme, me detiene para después desaparecer en la cocina. Vuelve con dos bolsitas pequeñas llenas de clavo, especie que se cultiva en la zona.
– Una es para ti… y la otra para tu madre.
Y ahí ya no reprimo las ganas de amar. Le doy el abrazo que merece y también el que me guardé de darle a Noni la noche anterior. Y ella, emocionada, lo recibe desde su sensibilidad al entender que era yo quien más necesitaba ese abrazo.
Acto seguido se sube al coche
– ¡Te acompaño!
Irradio calor. La adoro y desde el coche, antes de que empezásemos a movernos, vemos llegar a Noni en la moto con dos niños.
– Noni ¡ven! ¡sube! – le dice su madre
Se suben todos al coche y junto a Damocles y Doris nos hacemos esta foto de familia, familia que aunque allí no me di cuenta, sí sentí que tenía.
Pero sigo… en esta eterna itinerancia que me mata y a la vez mitiga este hambre de explorar.
Subo al autobús, dejo Tentena dándome cuenta de lo afortunada que soy, porque ese lugar que quería pasar por alto, resultó ser de lo mejor que viví en el viaje.
Y me doy cuenta de que allí no solo floreció mi estómago, también yo. Ya era otra persona en Indonesia, ya tenía la fuerza, la seguridad, la confianza… y quizás todo eso se guardaba dentro de mi pequeña bolsita de clavo.
Escrito en Santiago de Compostela el 06-06-19
Sobre experiencia en Tentena el 18 y 19-05-19