Día 05 – Región de Longido
Ayer pasamos un día y una noche con una familia masai, en el poblado de Longido.
Me levanto intranquila, la noche anterior vimos una situación de injusticia que nos dejó mal cuerpo y le sumo la inseguridad de no saber en qué consistirá la experiencia, si será real, si será mecánico o siquiera si seremos bienvenidos.
Toda la mañana la pasamos en los alrededores de la boma donde pasaremos la noche, sin sentirnos demasiado cómodos, demasiado extraños. Nos miran, saben lo tanto que separa una cultura de la otra pero a la vez no les interesamos, o sí, pero no lo demuestran. Son los niños quienes con su inocencia y atrevimiento muestran más curiosidad y afecto. En especial conmigo: la pequeña Nora.
Compartimos el día con Thomas, miembro de la comunidad que vive en la ciudad y a mis ojos más convertido en hombre de negocios que en masai. Promueve proyectos locales que se financian en parte con visitas como la nuestra y se pasa el día volviendo una y otra vez al tema del dinero, algo que me hace estar en guardia, evadiéndome de la experiencia. La tarde la pasamos en el mercado local, un gran acontecimiento que tuvimos la suerte de ver. Somos dos blancos fascinados en una marea de azul eléctrico y rojo intenso.
Cae la tarde y Thomas se despide, algo que suena a «dame propina». Se la doy con ganas y no porque se la merezca sino porque estoy deseando que se vaya. Le estoy agradecida, de verdad, pero su presencia hacía que me sintiese como mercancía tendida y subastada como las demás cosas del mercado.
Volvemos a la boma Joseph, Jairo y yo cómodos, perdiéndonos en los caminos y atajando entre maizales. Nos sentamos al atardecer esperando la cena. Jairo juega al fútbol con los niños y yo miro al cielo esperando a que despeje. Lo hace, cae la noche y veo una estrella entre unos árboles. Al acercarme no puedo aguantar las lágrimas (unos pocos sabréis por qué) al ver ahí tumbada sobre el horizonte la constelación de Orión, en la que veo por primera vez muchas de sus estrellas, en este cielo virgen brillan hasta las más débiles.
Lo sentí y en mi pecho apretó la necesidad de salir y mirar hacia arriba donde veo el cielo estrellado más increíble que vi nunca.
Sin poder aguantar la emoción, brota sin sentido por mis ojos.
Me recompongo en cuanto se acercan los niños. La pequeña Nora durante el día me seguía, me cogía de la mano, miraba los pliegues de mi ropa… Pero es ahora bajo las estrellas cuando le doy el tiempo que necesita para tocarme el pelo, enredando mis sucios rizos en sus pequeños dedos.
Tan lejos de casa, tanta oscuridad, tantas diferencias y sin embargo coincidir dos almas que se entienden en un lenguaje no escrito, haciéndome tan feliz
La naturaleza, el silencio, la brisa, las estrellas y unas manos que revolotean en mis fotos y en mi pelo en un poblado masai, sintiéndome al fin bienvenida.
Quizás tuve que pasa el día apurada para apreciar esa pausa.
Quizás tuve que vivir en ciudades para apreciar ese cielo.
Quizás tuve que conocer a muchos Thomas para apreciar a muchas Noras, y creer con ellas en la luz de una sonrisa
Gracias por esta foto y este momento Jairo Iglesias
SARA HORTA. Arusha, 08-05-16
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