Viaje a Batad, Filipinas 02

Día 3: De Manila a Batad

Son las 8 de la mañana y sinceramente no sé qué hago aquí.

Estoy tirada en un café de Banaue, en la cordilllera remota de Filipinas tras leer que aquí están las terrazas de arroz más famosas del país. También leí acerca de Batad, un pueblo entre montañas todavía más remoto, donde ninguna carretera ni señal llega hasta allí. Para llegar hay que bajar a pie la montaña entre caminos de lodo y altos escalones empedrados de arrozales.
Quería ir.

Quería ir a Batad y quería dormir en casa de Ramón, pues había leído que es un gran anfitrión… Y sí, había leído, había leído… en los libros. Ahora estoy aquí, tirada en esta cafetería de Banaue después de 10 horas de autobús nocturno sin apenas descansar, queriendo ir… pero estoy sola y sin un plan.

Desayuno, observo y pienso. Decido primero buscar un lugar donde dejar mi mochila, a donde quiero ir no puedo cargarla.

Conseguido.

Descubro que excursiones van y vuelven a Batad en un día con guía, por lo que la solución viene a mí: lucho por conseguir medio viaje, solo quiero billete de ida y si alguien me guía, mejor.

Conseguido.

A las pocas horas viajo nerviosa con mi pequeña bolsa hacia Batad.

Llegamos en Jeepnei al acceso por carretera más cercano, pero el camino que se presenta ante nosotros es largo y duro.

Caminos resbaladizos me tienen ensimismada descendiendo por la montaña, con todos los sentidos alerta pendiente sólo de dónde pongo los pies. No es hasta llegar a casa de Ramón cuando veo al fin, con el corazón abierto, los arrozales de Batad.

Y no defraudan, ni Batad, ni Ramón.

Tras mi primer plato de comida caliente en Filipinas, con la sensación de haber llegado a casa y rodeada de un grupo increíble (que se convertirán en grandes compañeros); siento que aunque desee parar y descansar, no puedo no seguir los planes que se precipitan: trepar por arrozales, ver cascadas y cómo se desmoronan montañas; comer arroz fresco, tomar café local y saludar a la gente que permanece impasible suspendida en el tiempo.

Acabamos la noche fría cenando en grupo, me atrevo con la danza tradicional y escuchamos historias sobre cortadores de cabeza alrededor de la hoguera en casa de Ramón, mi anfitrión estos días.

Al fin cesa mi viaje. Llegué.

Caigo rendida en la cama de una habitación humilde en la casa de madera que es capaz de detener el tiempo; y aunque soy consciente de que las agujetas no me dejarán moverme mañana, este lugar consigue marcar un antes y un después en mi estado de ánimo.

Desde mi ventana, los arrozales, y escucho llover… siempre llueve en Filipinas, pero es tan hermoso aquí que pareciese que la niebla y la lluvia fuesen inventadas para este lugar.

SARA HORTA. Batad, 04-02-2017

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