Día 18 – Traslado de Varkala a Mumbai
Hoy cumplí un sueño que ni sabía que tenía. Pasé una mañana previa a volar, rodeada de elefantes.
Tras mucho informarme encontré un centro de rehabilitación de elefantes dentro del santuario natural Neyyar Dam, a unos 40km del aeropuerto al que tenía que llegar para volver a Mumbai.
Negocié durante mi estancia en Varkala con varios taxistas hasta encontrar a Sanil, que por un buen precio y, tras testearlo, me fío de el, acordamos que me llevaría al centro, esperaría por mí dos horas y de ahí me llevaría al aeropuerto. Trabajamos en la ruta y en los tiempos pues serían siete horas y no podría arriesgarme a perder el avión.
Llegamos temprano, no por casualidad sino porque es a la hora que había leído que los lavan y les dan de comer.
– Sanil, ¿quieres venir conmigo? – le pregunto aún mareada del viaje.
Su expresión feliz hace que invite con gusto a este nuevo compañero.
Caminamos por la reserva y empiezo a ver elefantes todos y cada uno de ellos con un humbre: su tutor, su cuidador, su amigo. Escucho como se comunican cada pareja de humano-animal en una lengua ininteligible. No sé si no lo entiendo por ser extranjera o porque sea un código inventado entre dos almas conectadas.
– Acércate, puedes tocarlo – me dice un señor mayor junto a un elefante de 45 años.
Y ahí, por primera vez toco esa piel rugosa y estriada, extrañamente fría. Podría parecer desagradable tocarlo, pero no. No lo es. Es energía. Es mantener tu mano presionando la piel lo suficientemente fuerte como para que el animal te sienta y te mire con un ojo, un enorme ojo de 45 años de vida con tantos matices en el iris y tanta expresión en la mirada que pareciese querer comunicarse contigo, en un nuevo código inventado.
Una cuidadora muy amable a la que le debo caer bien nos acompaña en la visita, hablándome de cada elefante. Veo como están bañando a uno pequeño.
– ¿Puedo ayudar? – pregunto sin demasiado atrevimiento.
La cuidadora balancea la cabeza en ese movimiento oscilante tan característico indio que significa «de acuerdo» o «está bien».
Me arremango, le dejo mis cosas al taxista (ahora convertido en fotógrafo) y me sumerjo. Comparto media hora cepillando con fuerza la piel de Amur, pequeña hembra de 7 años.
Tras el baño les dan de comer. Amur y otra cría no paraban de moverse, en un vaivén extraño.
– ¿Qué hacen? – pregunto
– Bailan
– ¿Por qué!??
– Porque están felices
Y ahí me roban el corazón esos dos pequeños elefantes, bailando felices, limpios y cuidados tras haber sido en algún momento de sus vidas abandonados a su suerte.
Paso la mañana en el centro con una sonrisa silenciosa y transparente al disfrutar como una niña de conectar con algo tan enorme y tan salvaje que me hace olvidar que vuelvo a Mumbai, el principio del final.
SARA HORTA. Mumbai, 4-12-2015
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