Antsirabe, Madagascar 02

Día 02: Antsirabe

“Oh Sara! Welcome to Antsirabe!“ me dice Billy en cuanto llego al hostel agotada en ese primer día.

Nos saludamos como si fuésemos amigos y así lo siento tras cruzar con él más de una veintena de correos. Billy, toda una institución aquí, sabe lo que busco, conoce mis limitaciones y sé que hará lo posible por hacerme encajar.

Tras dejar la mochila en la habitación cierro un trato para un tour que aunque sé que con más energía lo hubiese sacado más barato, me hacen muy buen precio.

“Cuidaremos bien de ti, Sara”.

Y yo lo creo.

Madagascar ofrece demasiado que ver y hasta aquí traje conmigo todas las dudas. Los desplazamientos por este país tan grande (y pobre) y orográficamente complejo son durísimos. Sé que no podría ver ni un 1% pero aún así tengo que decidir… y elijo naturaleza. Aunque sea impersonal y en un odioso tour, para la primera fase del viaje no estará de más que, mientras me adapto al clima y a lo diferente, alguien piense por mí.

Salimos al día siguiente a mediodía. Antes tengo que aprovisionarme de víveres para 6 días y pagar, por lo que el primer pie que pongo por mi cuenta en Antsirabe es para ir a un cajero. Y esta frase que no parece tener ningún misterio, aquí… es una historia diferente.

Hay muy pocos bancos y entre los que hay prefiero los que tienen guardias armados en la puerta. Otra cosa es que tenga cajero, que éste funcione o que te den el efectivo que necesitas. Así que por todo ello, salgo con tiempo.

Recorro las calles y quisiera fotografiarlo todo, pero no soy capaz. El cómo te miran, el cómo madre e hija salen de la peluquería (el único negocio abierto en domingo en Antsirabe), el cómo van personas en pousse-pousse (carro tirado también por otras personas) o el cómo quien los remolca (seguro que su propio vecino) va descalzo y corriendo hacia la iglesia. Una señora que vende jeringuillas y tubos médicos en la calle, un cine de madera del que escucho salir risas y voces, personas que te quieren vender de de todo (piedras, rastrillos o instrumentos) y gente que te pide (más bien te suplica) una ayuda para comer.

Fotografiaría todas estas situaciones que me son fascinantes u horribles (a veces todo al mismo tiempo) pero siento que con cada foto me llevaría algo de sus vidas y todavía no soy capaz. 

Pensaba que estaba acostumbrada, y reconozco que aunque cada vez me cuesta menos, aún me es difícil aguantarles la mirada, sobre todo cuando estás comiendo y alguien con hambre te está mirando…

Algo que vivo en mi primer desayuno. Una mujer se planta frente a mi y me mira a los ojos, ojos que me desaprueban, mientras me hace gesto de comida señalando a su hijo pequeño. Niego con la cabeza, no quiero abrir mi cartera recién llegada del cajero ni tampoco soy partidaria de dar dinero por extender una mano. Porque hay blancos y blancos, como también hay pobres y pobres.

Ella, que es bastante ruda, no se rinde y yo me quedo inmóvil, incapaz de darle un bocado a lo que queda en el plato.

Esto es lo primero con lo que tengo que lidiar en África: no puedes acabar con el hambre en Madagascar. No puedo siquiera pretenderlo. Pero seguir con tu vida… sencillamente es muy difícil.

Ante la negación de ambas a rendirnos aparece un malgache de dentro del local, le da 500 ariarys y muy enfadado la echa de allí.

Me consigue una libertad que no pude (o no quise) pagar por mi misma y no sé qué conslusión sacar de todo esto: ¿hice bien? ¿hice mal?… solo sé que fue lo que sentí en ese momento cuando estaba desbordada por demasiadas emociones.

Pero esa mirada… me perseguirá durante días, lo sé. Me remueve todo por dentro y con el paso de los días me daré cuenta de que es algo a lo que tengo que acostumbrarme.

Sara, ¿no querías ver África? Pues aquí la tienes, frente a ti y mirándote a los ojos. Afróntalo y hazte más fuerte.

Escrito en el Tsiribihina river el 13-11-2018

Sobre experiencia en Antsirabe el 11-11-2018

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