Paje, Tanzania 11

Día 16 y 17: Paje

Esto se acaba…

Desde que pisamos Paje lo sentí: esto es justamente lo que me imaginaba que sería la Tanzania que hay en Zanzíbar. No ciudades europeizadas, no bomas masais demasiado diseñadas y decoradas, ni niños vendiendo droga, ni tampoco resorts. En África siempre pensé que vería esto, caminos de tierra o arena, niños pidiéndote dinero y otros jugando con ruedas de bicicleta, niñas tímidas ayudando a sus madres y recolectores de algas y almejas; palmeras, cocoteros y aguas turquesas salvajes y vacías.

Los primeros a quien conocimos aquí fueron un grupo de masais de la zona de Ngorongoro, que como en todas las playas de la isla por el día recorren su arena vendiendo joyería, mientras por las noches custodian hoteles, con el machete a la cintura y la bravía de que muchos (algunos fanfarrones) dicen haber matado a un león. De algunos de ellos tengo además mi propia teoría, pero me la guardo para agrandar ese misticismo que los rodea. Nos entendemos bien con ellos, en general el haber pasado el día en Longido hace que en cuanto vienen a hablarme los saludo con un «TACUEÑA» («Hola» dicho por mujer en lengua masai) y que una sonrisa gigante ilumine su cara y me respondan con un «ICO» (estoy bien). Chocamos nudillos, apretamos la mano y chascamos los dedos.

– Eres la única mzungu (gente blanca) que conozco que habla masai!

– No, Mosses no hablo masai, solo se decir esas dos palabras – replico sin insistir, ya que no quieren creerme y yo no quiero quitarles esa ilusión.

Además en ese primer encuentro, acabo encontrando la posibilidad de comprar un regalo extraviado para reponer así mi falta en la muñeca.

El primer día en Paje, tras cambiar de bungalow, fue increíble. Habitación a pie de playa, ir en bikini al agua, y del agua todavía mojada a la hamaca a balancearte a la sombra de las palmeras. El Jambo, además de alojamiento tiene un bar que regenta Asante, popular en la zona y atrae a su barra a lo largo del día a locales y amigos. Ahí empezamos a integrarnos con su gente y en especial con Omar, quien se convirtió en el gran apoyo que impulsó un final de viaje increíble. Nos sentimos bien recibidos y sentimos que está a gusto con nosotros, hace que de forma instantánea se formen lazos que durarán al menos estos dos días.

Tras reunirnos como cada noche en la hoguera conocidos y desconocidos, perros y gatos, decidimos poner rumbo a una fiesta con la gente del Jambo.

– Pero a dónde vais con chancletas?? Dejadlas aquí, a donde vamos nos las necesitáis – dice Omar capitaneando el grupo, botella de tequila en mano.

Sonrío, me encanta la idea.

Llegamos al local paseando por la playa bajo una gran luna llena, y nos sorprende comprobar que allí ya conocíamos a mucha gente. Bebemos, bailamos y reímos hasta que vemos aparecer entre la gente al gran grupo de masais. Mosses y los demás se alegran al vernos y retiembla entre la arena un enorme «TACUEÑAAAA» «ICOOO!!»

Bromean con mi pelo y Jairo vacila con ellos, como el «King of the masais» que dice ser, ofreciéndome al mejor postor a cambio de vacas. Oferta y contraoferta toda la noche en una broma que lejos está de ofenderme. Pero entre las apuestas hay una que suena sincera, en su mirada tímida noto ternura. Es muy joven, sin los dos dientes y parece perdido. Me saca a bailar con su inocencia en un baile masai extraño pero que me deja ver la humanidad bajo esa apariencia tan diferente.

Dos mzungus entre masais, locales y otros turistas dejándonos llevar a ritmo de bongo flava descalzos sobre la arena.

El segundo día en Paje, alquilamos unas bicicletas para pedalear a la izquierda estas carreteras africanas e ir en búsqueda de otra de las mejores playas de la isla: Jambiani.
Omar viene con nosotros, y disfrutamos cómplices los tres de un inmejorable último día en Zanzíbar entre piscina y piscina, entre salitre del mar, tumbonas, monos y sandwiches para despedir en silencio la sensación de verano y despedir un paraíso que tanto Jairo como yo sabemos que tardaremos en ver algo igual.

La vuelta al bugalow fue increíble, pedaleando mientras cae el sol y gritando «Jambo! Mambo!» a niños, mayores, conductores, peatones, vacas y cabras. Las mujeres, a pesar de ir yo de pantalón corto, no me reprochan con miradas y me responden con un alegre «Jambo! Poa!!!»

Cenar, despedidas y hoguera antes de hacer la maleta, esa maleta que ya no cesará de caminar hasta entrar en casa, después de haber recorrido mil y una historias a mi espalda.

Me quedo con la sensación de conocer mejor Tanzania después de concluir estos dos días. Sobretodo a los zanzibareños, los tanzanos del continente y a los masais.

En Longido tuvimos contacto con su cultura pero tuvimos que venir aquí para ver cómo se desenvuelven por el mundo. Aunque les encanta su vida ahora, aunque beben y trasnochan, aunque tienen Facebook y Whatsapp en su tono desarmo una melancolía por su familia, su estilo de vida, su lugar en el mapa. Lo desarmo en el brillo de sus ojos al escuchar esa palabra que me encanta gritar al aire entre una sonrisa ante cualquier desconocido: TACUEEEEÑAAA!!!

Si a alguien os la digo en los próximos meses, por favor, responderme con un gran ICOOO!!! Y corresponderé con una gran sonrisa masai.

Esto se acaba…

SARA HORTA. Dar es Salaam, 21-5-16

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